La pesadilla de Los Chorros no termina con el accidente. Detrás de cada choque y cada muerte, hay familias que quedan a la deriva: sin apoyos, sin acompañamiento y, muchas veces, sin justicia. El olvido institucional se suma a la curva peligrosa, ampliando el saldo de dolor en la región.
Tras la más reciente tragedia —tres muertos, varios heridos, negocios en crisis—, la atención mediática se desplazó tan rápido como los autos vuelven a pasar por el túnel. Pero para las víctimas, la historia apenas comienza: la recuperación es larga, costosa y llena de incertidumbre. Decenas de testimonios, recogidos en Sabinas y la sierra, narran el mismo abandono: familias que lo han perdido todo, personas que luchan para conseguir atención médica adecuada, gastos funerarios impagables, deudas que crecen y ninguna ventanilla que escuche su historia.
El gobierno estatal ha reiterado su exigencia de recursos federales para corregir la carretera, pero el acompañamiento social brilla por su ausencia. No hay fondos de emergencia, ni seguros efectivos, ni redes de apoyo sostenidas. Las víctimas quedan en manos de la suerte, la caridad o el desgaste interminable ante oficinas públicas.
Mientras tanto, en Los Chorros el tráfico sigue y la angustia no se disipa. Los riesgos son diarios, pero las soluciones solo existen en discursos y promesas. La herida social se profundiza cuando las víctimas no encuentran justicia ni consuelo, sino indiferencia.
Los Chorros es más que una vía peligrosa: es el retrato de un abandono institucional que revictimiza a quienes ya lo han perdido todo. La tragedia no se mide solo en cifras de muertos y heridos, sino en el olvido que llega después. Si el Estado no acompaña, repara y protege, cada accidente deja una deuda social que nadie paga. En Coahuila, urge tanto corregir la curva como sanar la indiferencia: ningún camino será seguro mientras las víctimas sigan recorriéndolo solas.














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