Entre los fierros retorcidos del último choque —tres muertos y doce heridos— y la sombra de un proyecto de 2 mil millones de pesos que nadie autoriza, el tramo de Los Chorros se ha convertido en una ruleta rusa para quienes lo transitan… y en una pesadilla diaria para quienes viven pegados al asfalto.
El lunes 30 de junio el túnel volvió a arder: cinco vehículos involucrados, un tráiler incendiado y una vía cerrada durante diez horas mientras bomberos y Capufe apagaban las llamas y levantaban los cuerpos de dos adultos; un niño de cinco años murió más tarde en el hospital. Las paredes ennegrecidas y las marcas sobre el pavimento aún están ahí, recordatorio humeante de lo frágil que es la vida en esa curva.
En el ejido Los Llanos, a escasos metros de la carretera, la paciencia se agotó. “Hace poquito una pipa doble casi se mete a mi negocio; por poco se lleva a doce familias que esperaban el camión”, relata Rodolfo Lizcano, comisariado ejidal. Él y sus vecinos planean bloquear la vía si en una semana no ven acciones concretas: topes, reductores, una simple caseta que proteja a quienes esperan el transporte. “Ya no hallamos ni qué hacer”, dice, y la frase resuena como ultimátum.
El reclamo ciudadano coincide con la presión empresarial que saltó a los titulares tras la última tragedia: modernizar Los Chorros o resignarse a contar muertos. El gobernador Manolo Jiménez jura que el proyecto ejecutivo está sobre el escritorio de la Federación. incluye suavizar la pendiente y, quizá, abrir un túnel extra. Falta el dinero: “El balón está en la cancha de la SICT”, dice, mientras recuerda que la obra, federal y de cuota, costará alrededor de 2 mil millones de pesos.
Sin embargo, en Los Chorros la aritmética política vale poco: cada día circulan más de 18 000 vehículos —muchos de carga— por un tramo que combina alta pendiente, curvas cerradas y clima traicionero. El margen de error es mínimo; la probabilidad de tragedia, constante. Habitantes de Puerto Flores, San Juanito y El Poleo comparten la misma historia: promesas tras cada accidente, silencio en cuanto desaparecen las cámaras.
Los Chorros es ya un espejo que devuelve la imagen de un país donde la vida cabe en un presupuesto congelado. Mientras empresarios presionan, los ejidatarios amenazan con cerrar la carretera y el gobernador pasa la pelota a la Federación, los tráileres siguen bajando la pendiente como cuchillos sin funda. Si el túnel ennegrecido no basta para destrabar los fondos, ¿qué más hace falta? Cada día sin obra es un voto de confianza al azar; cada kilómetro no corregido, una invitación a la próxima esquela. La pregunta no es quién tiene la culpa, sino quién se atreverá a romper el ciclo antes de que el asfalto cobre otra factura mortal.
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