Una investigación reciente revela cómo el modelo de control criminal que Los Zetas consolidaron en Coahuila se ha replicado en estados como Veracruz. Más allá del narcotráfico, se impone una lógica de dominio total: extorsión, desapariciones y control social.

Aunque el nombre de Los Zetas ya no resuena con la fuerza de hace una década, su legado sigue operando con brutal eficiencia. Una investigación periodística señala que el modelo criminal desarrollado en Coahuila —basado en el control total del territorio, el miedo sistemático y la complicidad institucional— se ha expandido hacia entidades como Veracruz, adaptado por nuevos grupos armados.

Durante los años más violentos en el norte del país, Los Zetas impusieron un método que rebasó el narcotráfico: extorsiones a comerciantes, secuestros, cobro de piso, desapariciones forzadas y vínculos con corporaciones policiacas. Ese esquema, según el reportaje, no desapareció… solo cambió de rostro y de plaza.

La lógica del terror que se implantó en regiones como Piedras Negras, Allende y Sabinas ahora tiene ecos en municipios veracruzanos, donde colectivos denuncian desapariciones masivas, fosas clandestinas y pactos de impunidad. La estructura del crimen no solo sobrevive: muta, se adapta y florece donde el Estado es débil o cómplice.

Especialistas coinciden en que los grupos criminales ya no funcionan como cárteles tradicionales, sino como “franquicias del miedo” que reproducen modelos de negocio basados en violencia sostenida y dominio social, aprendidos —y perfeccionados— desde territorios como Coahuila.

El crimen no se hereda por nombre, sino por método. Lo que nació en Coahuila como una maquinaria de miedo sigue germinando en otras tierras. Y mientras no se rompa el modelo, no bastará con capturar líderes: habrá que desmantelar estructuras que aún mandan sin rostro… pero con las mismas cicatrices.