En chats políticos y sobremesas de Saltillo, la indignación creció al escucharse la postura del gobernador Manolo Jiménez: “se lo merecía”, dijo sobre el golpe que recibió el diputado Gerardo Fernández Noroña en San Lázaro, durante un altercado con Alejandro “Alito” Moreno. La frase, pronunciada con ligereza, exhibe un activismo impropio para quien debería representar a toda la población de Coahuila.

Primero, el comentario fue leído como un respaldo explícito a la confrontación física como método de hacer política. Después, como una muestra de falta de neutralidad de un gobernador que debería privilegiar la conciliación y la institucionalidad. Hasta ahora se ha comprobado que la declaración circuló en entrevistas y redes; todavía no está claro si habrá rectificación o si se asumirá como parte de la narrativa oficial.

El contraste es evidente: mientras la ciudadanía espera respeto y equilibrio en el debate público, la máxima autoridad del estado celebra la violencia como método de confrontación política. En un contexto donde la polarización desgasta la confianza en las instituciones, estas frases colocan al gobierno estatal como espectador aplaudidor de los golpes, no como garante de paz pública.

Las palabras del gobernador no son anécdota menor: legitimar la agresión desde el poder normaliza el porrismo político. En Coahuila, la ciudadanía merece gobernantes que eleven el nivel del debate, no que lo rebajen a golpes y burlas. El silencio frente a estas actitudes solo abre la puerta a más impunidad verbal y política.