En los bares, foros y estudios caseros de Coahuila, se está gestando una revolución musical silenciosa. El reciente lanzamiento del sencillo “Lavadichi” del cantautor lagunero Emilio Romero es la prueba más reciente de un fenómeno estatal: una nueva generación de artistas está construyendo carreras desde cero, usando plataformas digitales y desafiando un modelo cultural centralizado.

El caso de Romero es el de muchos en el estado: un músico que compone, graba y distribuye su obra de forma autogestiva. La mayoría de los artistas emergentes en México dependen de las plataformas de streaming para construir sus carreras, un modelo que ofrece libertad creativa pero escaso apoyo financiero institucional.

Este movimiento de artistas independientes exige una rendición de cuentas por parte de las instituciones culturales del estado, cuyas becas y apoyos a menudo no se adaptan a las necesidades de la producción musical moderna. El protocolo federal de apoyo a jóvenes creadores ofrece un modelo de solución que podría replicarse con mayor fuerza en la entidad.

¿Tiene la Secretaría de Cultura de Coahuila un plan estratégico y un presupuesto real para apoyar la producción y difusión digital de los músicos independientes del estado, más allá de los festivales tradicionales? La pregunta es clave para el futuro de la escena local.

El talento coahuilense no pide permiso, crea y se abre paso en el mundo digital. Pero el aplauso y los “likes” no pagan la renta ni el estudio de grabación. La pregunta para nuestras instituciones culturales es si seguirán siendo espectadoras del éxito de nuestros artistas o si se convertirán en verdaderas aliadas de su crecimiento profesional.