Entre 2020 y 2024, Torreón pasó de 206,414 a 272,735 vehículos registrados (crecimiento del 32.13 %), y Saltillo aumentó de 347,072 a 427,146 unidades (23.07 %), ubicándose ambas ciudades entre los top 4 del país en expansión del parque automotor, según datos del INEGI.
En redes y conversaciones cotidianas, es frecuente escuchar el reclamo: “ya no se puede circular”, “cada cruce es un embotellamiento”. El aumento no solo genera caos urbano: presiona vialidades, aire, mobiliario urbano y redes de servicios. En Coahuila esta tendencia obliga a que otras ciudades —Medina, Monclova, Piedras Negras— proyecten políticas de movilidad alternativas antes de que el problema los alcance.
Las cifras sugieren que Torreón experimentó el crecimiento proporcional más alto entre los municipios más poblados del país, lo que implica que sus calles, avenidas y semáforos enfrentan una carga urbana creciente.
Aunque se han implementado programas de mejora vial, reducción de cruces conflictivos, ciclovías y mejoras al transporte público, estos esfuerzos podrían quedarse cortos ante la magnitud del crecimiento vehicular. Si no se acompañan de políticas de restricción, transporte eficiente y planificación urbana, las ciudades grandes del estado pueden convertirse en laboratorios de congestión.
Si esta presión se duplica en ciudades medianas como Monclova o municipios rurales con menos infraestructura, podría generarse un desbordamiento del problema vehicular al interior del estado.
Saltillo y Torreón reclaman su lugar en el podio nacional del crecimiento automotor, pero también el costo que ello implica: calles rebasadas, calidad del aire comprometida y espacios públicos invadidos por autos. ¿Haremos políticas preventivas en los municipios que vienen detrás o permitiremos que el caos crezca en cada esquina de Coahuila?














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