En auditorios universitarios de Saltillo y Torreón, el politólogo Antonio Attolini encendió la reflexión: “hablar de Palestina es hablar también de Torreón y Saltillo”. El comentario, pronunciado en un foro académico, vinculó la lucha internacional por los derechos humanos con los retos de discriminación, violencia y desigualdad que enfrentan las ciudades de la región.
Primero, el expositor señaló que los conflictos en Medio Oriente revelan dinámicas de poder que también se reproducen a escala local: comunidades divididas, uso político de la seguridad y abandono de sectores vulnerables. Después, subrayó que las respuestas sociales —organización barrial, comités ciudadanos y vigilancia comunitaria— son clave tanto en territorios en guerra como en entornos urbanos mexicanos. Hasta ahora se ha comprobado que en Coahuila existen mesas de participación vecinal en colonias de Torreón y Saltillo; todavía no está claro si cuentan con métricas públicas de impacto ni presupuestos permanentes.
El contraste fue inmediato: mientras la audiencia aplaudió el paralelismo como provocación intelectual, voces críticas lo calificaron de exagerado. Attolini defendió la postura afirmando que el objetivo no es igualar tragedias, sino reconocer que la indiferencia ante los problemas cotidianos erosiona a las sociedades tanto como un conflicto lejano.
El comentario de Attolini coloca a Torreón y Saltillo en un espejo incómodo: el reto es no banalizar los conflictos globales, pero sí aprender de ellos. La pregunta que queda es si nuestras ciudades están dispuestas a organizarse y medir resultados en seguridad, inclusión y justicia, o si seguiremos observando pasivos como simples espectadores.














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