Contrario a lo que muchos imaginan, la trata de personas en Coahuila ocurre mayoritariamente en el ámbito doméstico y no bajo redes del crimen organizado. Así lo reveló la Fiscalía del estado, que ha identificado patrones alarmantes de explotación desde el núcleo familiar.

La trata de personas en Coahuila tiene un rostro distinto al que la narrativa común suele mostrar. Lejos de mafias sofisticadas o redes internacionales, las historias más dolorosas emergen desde el interior de los hogares. Según información proporcionada por la Fiscalía General del Estado, una parte significativa de los casos detectados en la entidad tienen como origen al círculo familiar cercano.

En varios municipios —sobre todo aquellos con menor acceso a servicios y vigilancia institucional— se han documentado casos en los que niñas, adolescentes y mujeres jóvenes son víctimas de explotación sexual, obligadas al trabajo doméstico no remunerado o incluso trasladadas a otras entidades por miembros de su propia familia. Estas prácticas, muchas veces normalizadas o encubiertas como “ayuda económica”, son una forma de trata silenciosa que permanece oculta en la cotidianeidad.

La dificultad para identificar y denunciar estos casos radica en que la víctima suele depender emocional, económica y socialmente de sus agresores. La Fiscalía ha comenzado a trabajar con redes comunitarias, personal educativo y de salud para reconocer señales de alerta tempranas y fomentar entornos seguros de denuncia.

A pesar de los esfuerzos, el fenómeno continúa subregistrado. Las cifras oficiales no reflejan la magnitud del problema, pues muchas víctimas jamás se identifican como tales. Organizaciones civiles han urgido a que el Estado implemente políticas públicas integrales con enfoque de género, atención psicosocial y estrategias de prevención desde el ámbito escolar y comunitario.

Cuando el horror habita en casa, el silencio se vuelve cómplice. La trata de personas en Coahuila no siempre llega con armas ni cadenas, a veces se impone con amenazas, carencias y vínculos de sangre. Reconocer esta verdad incómoda es el primer paso para romperla. La protección debe comenzar donde la violencia también lo hace: en el hogar.