Coahuila está en crisis: más de 140 suicidios en lo que va del año, decenas de intentos fallidos y una red insuficiente de atención psicológica. Cada cifra cuenta una historia que pudo evitarse, y cada silencio revela la magnitud de una tragedia que se vive a puerta cerrada.
Gritos que nadie escucha: Daniel llegó triste al rancho en Monclova. No habló con nadie, no pidió ayuda. Horas después fue encontrado muerto, colgado en una bodega. En Sabinas, otro hombre tomó la misma decisión. Con él, la Región Carbonífera sumaba ya 15 suicidios en pocos meses. En Torreón, un joven de 25 años murió tras meses de batallar con una adicción y un intento previo. Las noticias se acumulan, pero el silencio se mantiene.
No son historias aisladas. En Coahuila, el dolor emocional es una pandemia oculta que afecta especialmente a jóvenes, hombres adultos y habitantes de comunidades rurales. Allí, donde las redes de ayuda casi no existen y el estigma social obliga a callar, el suicidio crece en las sombras.
Y en territorio del olvido: Tres intentos de suicidio en solo 24 horas sacudieron hace poco a la Carbonífera, ocho más fueron frustrados en Torreón, mientras que en Piedras Negras, un mecánico se quitó la vida en soledad. Múzquiz, Acuña, Saltillo… no hay ciudad inmune.
Los expertos señalan una combinación explosiva -depresión profunda, aislamiento, alcoholismo y falta absoluta de atención psicológica profesional- La pandemia multiplicó estos factores, pero la infraestructura sigue igual de limitada: solo siete centros especializados en salud mental para más de tres millones de habitantes.
Cada suicidio en comunidades pequeñas multiplica el riesgo de que otros sigan el mismo camino. Psicólogos advierten que un suicidio puede desencadenar otros cercanos, fenómeno conocido como “efecto contagio”. A eso se suma la ausencia de campañas preventivas eficaces y protocolos para el tratamiento del tema en medios de comunicación.
La Organización Mundial de la Salud insiste: se requiere atención 24 horas, centros comunitarios, capacitación a líderes locales y regulación estricta sobre información mediática para prevenir estas tragedias. Pero en Coahuila, las recomendaciones aún esperan respuesta.
Mientras tanto, las estadísticas suben, los hospitales se saturan, y las familias quedan rotas. Madres, padres, hijos y comunidades completas viven con la pregunta constante: ¿qué señales no vimos a tiempo? En medio de esta crisis, voces ciudadanas exigen una acción inmediata, real y contundente.
En otros países y estados se han implementado estrategias que logran reducir hasta un 20% las tasas de suicidio en solo dos años. En Coahuila, estas iniciativas aún están en papel y no llegan al territorio más necesitado.
Y Detrás de cada número hay un nombre, un rostro, una vida perdida que pudo haberse salvado. Coahuila enfrenta hoy una emergencia silenciosa que exige romper tabúes, invertir en salud mental y escuchar antes de que sea demasiado tarde. Porque en este silencio, lo que realmente duele es saber que muchas tragedias pudieron evitarse.
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