El río Nazas terminó en angustia cuando el joven Alberto Barajas Zamora, de 18 años, ingresó al agua en el ejido Nuevo Graseros (municipio de Lerdo, Durango) y no volvió a salir. Las brigadas de rescate desplegaron embarcaciones, cuerdas, drones y voluntarios por horas para localizarlo.
El caso tiene implicaciones para toda la región lagunera porque zonas recreativas compartidas (Coahuila-Durango) tienen flujos de visitantes constantes. Que un joven desaparezca en un sitio tan conectado muestra que la vigilancia, señalética y protocolos en cuerpos de agua requieren urgente revisión.
El reporte de la Dirección de Protección Civil de Lerdo confirmó que la corriente del río se encontraba alta tras lluvias recientes y la visibilidad era reducida, lo que complicó la búsqueda.
La clave ahora es definir responsabilidades y protocolos de prevención: ¿Quién vigila los afluentes compartidos entre estados? ¿Qué señalización o restricciones deben activarse en temporada de lluvias para evitar otra tragedia?
La Laguna goza de paisajes que atraen, pero también de peligros subestimados. No basta con desplegar boletas de búsqueda: los cuerpos de agua requieren vigilancia, educación ciudadana y coordinación interestatal real. ¿Queremos un Coahuila que solo reacciona ante emergencias o uno que previene la tragedia desde el primer chapuzón?














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